San Francisco de Borja “El santo duque”
Nacimiento: 28 de Octubre de 1510 (Gandía, Valencia)
Fallecimiento: 30 de septiembre de 1572, 62 años.
Francisco de Borja era nieto del Papa Alejandro VI por parte del padre;
nieto del rey Fernando de Aragón por parte de la madre, primo del emperador
Carlos Quinto e hijo del Duque de Gandía.
En su familia se preocuparon porque el joven recibiera la mejor
educación posible y fue enviado a la corte del emperador para que allí
aprendiera el arte de gobernar. Esto le fue de gran utilidad para los cargos
que tuvo que desempeñar más tarde. Siendo el primogénito de Juan de Borja, entró muy joven al servicio de
la corte de España, como paje de la hermana de Carlos V, Catalina.
A los
veinte años el emperador le dio el título de marqués. Contrajo matrimonio con
Leonor de Castro, una joven de la corte del emperador y tuvo seis hijos. Su
matrimonio duró 17 años y fue un modelo de armonía y de fidelidad.
A los
29 años de edad, después de la muerte de la emperatriz, que le hizo comprender
la caducidad de los bienes terrenos, resolvió “no servir nunca más a un señor
que pudiese morir” y se dedicó a una vida más perfecta. Pero el mismo año fue
elegido virrey de Cataluña (1539-43), cargo que desempeñó a la altura de las
circunstancias, pero sin descuidar la intensa vida espiritual a la que se había
dedicado secretamente.
El emperador Carlos V lo nombró virrey de Cataluña (con capital
Barcelona) región que estaba en gran desorden y con muchas pandillas de
asaltantes. Francisco puso orden prontamente y demostró tener grandes
cualidades para gobernar. Más tarde cuando sea Superior General de los jesuitas
dirá: "El haber sido gobernador de Cataluña me fue muy útil porque allá
aprendí a tomar decisiones importantes, a hacer de mediador entre los que se
atacan, y a ver los asuntos desde los dos puntos de vista, el del que ataca y
el del que es atacado".
La reina de España era especialmente hermosa, pero murió en plena
juventud, y Francisco fue encargado de hacer llevar su cadáver hasta la ciudad
donde iba a ser sepultada. Este viaje duró varios días, y al llegar al sitio de
su destino, abrieron el ataúd para constatar que sí era ese el cadáver de la
reina. Pero en aquel momento el rostro de la difunta apareció tan descompuesto
y maloliente, por la putrefacción que Francisco se conmovió hasta el fondo de
su alma, y se propuso firmemente: "Ya nunca más me dedicaré a servir a
jefes que se me van a morir". En adelante se propone dedicarse a servir
únicamente a Cristo Jesús que vive para siempre.
La gente empezó a notar que la vida y el comportamiento del virrey
Francisco cambiaban de manera sorprendente. Ya no le interesaban las fiestas
mundanas, sino los actos religiosos. Ya no iba a cacerías y a bailes, sino a
visitar pobres y a charlar con religiosos y sacerdotes. Un obispo escribía de
él en ese tiempo: "Don Francisco es modelo de gobernantes y un caballero
admirable. Es un hombre verdaderamente humilde y sumamente bondadoso. Un hombre
de Dios en todo el sentido de la palabra. Educa a sus hijos con un esmero
extraordinario y se preocupa mucho por el bienestar de sus empleados. Nada le
agrada tanto como la compañía de sacerdotes y religiosos". Algunos
criticaban diciendo que un gobernador no debería ser tan piadoso, pero la mayor
parte de las personas estaban muy contentas al verlo tan fervoroso y lleno de
sus virtudes.
En 1546 murió su santa esposa, la señora Leonor. Desde entonces ya
Francisco no pensó sino en hacerse religioso y sacerdote. Escribió a San
Ignacio de Loyola pidiéndole que lo admitiera como jesuita. El santo le
respondió que sí lo admitiría, pero que antes se dedicara a terminar la
educación de sus hijos y que aprovechara este tiempo para asistir a la
universidad y obtener el grado en teología. Así lo hizo puntualmente (San
Ignacio le escribió recomendándole que no le contara a la gente semejante
noticia tan inesperada, "porque el mundo no tiene orejas para oír tal
estruendo").
En 1551, después de dejar a sus hijos en buenas posiciones y herederos
de sus muchos bienes, fue ordenado como sacerdote, religioso jesuita. Esa fue
"la noticia del año" y de la época, que el Duque de Gandía y
gobernador de Barcelona lo dejaba todo, y se iba de religioso, y era ordenado
sacerdote. El gentío que asistió a su primera misa fue tan extraordinario que
tuvo que celebrarla en una plaza.
En 1554 fue nombrado por San Ignacio como superior de los jesuitas en
España. Dicen que él fue propiamente el propagador de dicha comunidad en esas
tierras. Con sus cualidades de mando organizó muy sabiamente a sus religiosos y
empezó a enviar misioneros a América. El número de casas de su congregación
creció admirablemente.
Lo primero que se propuso fue dominar su cuerpo por medio de fuertes
sacrificios en el comer y beber y en el descanso. Era gordo y robusto y llegó a
adelgazar de manera impresionante. Al final de su vida dirá que al principio de
su vida religiosa y de su sacerdocio exageró demasiado sus mortificaciones y
que llegaron a debilitar su salud.
Otro de sus grandes sacrificios consistió en dominar su orgullo. Los
primeros años de su vida religiosa los superiores lo humillaron más de lo
ordinario, para probar si en verdad tenía vocación. A él, que había sido Duque
y gobernador, le asignaron en la comunidad el oficio de ayudante del cocinero,
y su oficio consistía en acarrear el agua y la leña, en encender la estufa y
barrer la cocina. Cuando se le partía algún plato o cometía algún error al
servir en el comedor, tenía que pedir perdón públicamente de rodillas, delante
de todos. Y jamás se le oyó una voz de queja o protesta. Sabía que si no
dominaba su orgullo nunca llegaría a la santidad.
Una vez el médico le dijo al hacerle una curación dolorosa: "Lo que
siento es que a su excelencia esto le va a doler". Y él respondió:
"Lo que yo siento es que usted le diga excelencia a semejante
pecador".
Cuando la gente lo aplaudía o hablaba muy bien de él, se estremecía de
temor. Un día afirmaba: "Soy tan pecador, que el único sitio que me
merezco es el infierno". A otro le decía: "Busqué un puesto propio
para mí en la Biblia, y vi que el único que me atrevería a ocupar sería a los
pies de Judas el traidor. Pero no lo pude ocupar, porque allí estaba Jesús
lavándole los pies". Así de humildes son los santos.
Al morir San Ignacio lo reemplazó el Padre Laínez. Y al morir éste, los
jesuitas nombraron como Superior General a San Francisco de Borja. Durante los
siete años que ocupó este altísimo cargo se dedicó con tan grande actividad a
su oficio, que ha sido llamado por algunos, "el segundo fundador de los
jesuitas". Por todas partes aparecieron casas y obras de su comunidad, y
mandó misioneros a los más diversos países del mundo. El Papa y los Cardenales
lo querían muchísimo y sentían por él una gran admiración. Organizó muy sabiamente
los noviciados para sus religiosos y con su experiencia de gobernante dio a la
Compañía de Jesús una organización admirable.
El Sumo Pontífice envió un embajador a España y Portugal a arreglar
asuntos muy difíciles y mandó a San Francisco que lo acompañara. La embajada
fue un fracaso, pero por todas partes las gentes lo aclamaron como "el
santo Duque" y sus sermones producían muchas conversiones. Al volver a
Roma se sintió muy debilitado. Se había esforzado casi en exceso por cumplir
sus deberes y se había desgastado totalmente.
Se destacó por su gran devoción a la Eucaristía y a la Santísima Virgen.
Incluso dos días antes de morir, ya gravemente enfermo, quiso visitar el
santuario mariano de Loreto.
Fue un organizador infatigable (a él se le debe la fundación del primer
colegio jesuita en Europa, en su tierra natal de Gandía, y de otros veinte en
España), y siempre encontró tiempo para dedicarse a la redacción de tratados de
vida espiritual.
Les cerró las puertas a los honores y a los títulos mundanos, pero se le
abrieron las de las dignidades eclesiásticas. En efecto, casi inmediatamente
Carlos V lo propuso como cardenal, pero Francisco renunció y para que la
renuncia fuera inapelable hizo los votos simples de los profesos de la Compañía
de Jesús, uno de los cuales prohíbe precisamente la aceptación de cualquier
dignidad eclesiástica. A pesar de esto, no pudo evitar las tareas cada vez más
importantes que se le confiaban en la Compañía de Jesús, siendo elegido
prepósito general en 1566, cargo que ocupó hasta la muerte, acaecida en
Roma el 30 de septiembre de 1572 cuando entregó su alma al Creador.
Uno de los que trataron con él exclamó al saber la noticia de su muerte:
"Este fue uno de los hombres más buenos, más amables y más notables que
han pisado nuestro pobre mundo".
Fue beatificado en 1624 y canonizado en 1671, uno de los primeros
grandes apóstoles de la Compañía de Jesús.
Oración:
Señor: que como tu amigo Francisco de Borja sepamos dominar el cuerpo y el orgullo
y dedicarnos con todas nuestras fuerzas y cualidades a obtener
que las gentes te amen más y te sirvan mejor. Amén.
y dedicarnos con todas nuestras fuerzas y cualidades a obtener
que las gentes te amen más y te sirvan mejor. Amén.
Fuente:
Oración del duque de Gandía cuando hizo profesión
Fecha: 1 de febrero de 1548. - Texto en Vázquez, Historia de la vida del P. Francisco de Borja, lib. I, cap. 33. ARSI, Vitae 80, folios 91v-93v. - Las obras, núm. 9.
El texto de esta oración lo conocernos por el P. Dionisio Vázquez, que lo insertó en la Vida del santo (l. I, cap. XXXIII) con el título que aquí le damos. Este titulo nos indica el tiempo en que fue compuesta la oración, es decir el día en que Borja hizo su profesión, que fue el 1 de febrero de 1548.
Señor mío y todo mi refugio, ¿qué hallaste en mí para
mirarme? ¿Qué vistes en mí para quererme en la Compañía de los vuestros?
Porque, si conviene que ellos sean animosos, yo soy cobarde; si han de ser
menospreciadores del mundo, yo estoy rodeado de sus respetos; si han de ser
perseguidores de sí mismos, en mí hay mucho amor propio. Pues ¿qué hallaste en
mí? ¿Hallaste, por ventura, que fui más animoso para contradecir vuestros
mandamientos? ¿O que los menosprecié más que los otros? ¿O que aborrecí más
vuestras cosas por querer más las mías? Si esto, Señor, buscáis, hallado lo
habéis; si tras esto andáis, recaudo tenéis. Domine
ecce adsum mitie me.[1] ¡Oh piélago de inmensa sapiencia! ¡Oh grandeza de infinita
potencia! ¡Cómo buscáis lo más flaco para mostrar en ello las riquezas de
vuestra fortaleza! Con razón os alabarán los ángeles con admiración y este
pecador con confusión, viendo que sobre fundamentos tan flacos queréis levantar
vuestros edificios. ¡Oh alma mía!, considera esto con atención, porque si te dicen
que esto te dan por satisfacción de tus pecados, no menos te debes maravillar
porque ahora eres captiva, entonces serás libre; ahora posees poco y con dolor,
después lo poseerás todo y con gozo; al fin, sales de la vida activa,
desabrida, y entras en la dulce contemplativa. ¡Oh, Señor, qué cambios son los
vuestros y qué cosa es tratar con Vos, y cómo es cosa de ver la satisfacción
que queréis del pecador! Verdaderamente, Señor, vos sois el que fingís trabajo en lo que mandáis,[2] pues en lugar de penitencia regaláis, y por la abstinencia
dais hartura. Pues si esto se ordena por satisfacción de los pasos que anduviste
por mí, y para que imitando vuestra pobreza y obediencia os siga, de esto,
Señor, me espanto mucho más; porque Vos, Señor, saliste de vuestra casa y
heredad, y yo salgo de la ajena; Vos saliste del Padre sin dejarle para venir
al mundo, y a mí hacéis me dejar el mundo para llevarme al Padre; Vos saliste
para la pena, y yo salgo de ella. ¡Ay, Señor, qué salida la vuestra y qué
salida la mía! Vos para ser preso y yo para escapar de las prisiones; Vos para
la amargura y yo para el gozo; Vos para la tribulación y yo para la quietud.
¡Oh Señor! ¿Vos sois el Dios de las venganzas? Y ¿qué venganza es ésta? Cierto.
Vos sois el Dios de las misericordias, pues tomaste la venganza en Vos por no
tomarla ahora en mí y por regalarme en lugar de castigarme.
Pues ¿qué diré, Señor, a esta vuestra caridad? ¿Con qué
responderé a vuestro amor? Fáltame el entendimiento para entender y la lengua
para decir; porque si algunos sintiendo de vuestra bondad os alaban, porque perdonaras
a Judas si pidiera perdón, y si con razón se os deben por ello infinitas
alabanzas, ¿cuántas os debo yo, pues siento y veo que, siendo otro Judas, no
sólo me perdonáis, más aún me llamáis, como si ninguna traición hubiese hecho
en vuestra casa? Volveré
a hablar a mi Dios, aunque sea polvo y ceniza.[3] Señor, ¿qué hallaste en mí? ¿Qué hallaste? Bendito seáis
Vos para siempre, apiadaos de mí, toda mi esperanza; pues tenemos estos
vuestros tesoros en vasos de tierra,[4] para que esto no venga a ser para mayor condenación mía;
conozca la tierra su miseria; conozca el flaco su flaqueza, y dadme a entender
cuan poco merece el vaso tener en sí tal licor, habiendo tan mal conservado el
que hasta aquí habéis infundido en él. Pues, no soy yo sino disipador de
vuestros bienes, téngame yo por otro Judas, pues soy otro traidor; confúndame
yo con mis hermanos, pues he vendido a su Maestro por menos precio que Judas;
tema de comer con ellos, pues comiendo vuestro pan me levanté contra Vos; tema
de tratar su hacienda, pues tan mal recado he puesto en la vuestra; confúndase
mi desobediencia, con la obediencia que vuestras criaturas os tienen. Y si aun
ésta es pequeña confusión para con ellas y para los que moran en la tierra
¿cuál será la que debo tener con los que gozan en el cielo? ¿Cuánto debo
confundirme en la presencia de los ángeles, habiendo dejado el estandarte de mi
Rey de gloria? Y ¿con qué abatimiento debo pedir merced a vuestra bendita
Madre, habiendo crucificado a su bendito Hijo en mí mismo? Pues delante vuestro
acatamiento ¿qué dirá el gusano podrido y miserable, que no sabe sino apartarse
de Vos? ¡Oh Señor! Alumbrad ya mi ceguedad, para que conociéndome os conozca,
confundiéndome os alabe, humillándome os ensalce, y muriendo todo en mí viva yo
todo a Vos. Y pues me sacáis por vuestra voluntad del estado de los ricos, de
los cuales dijiste, que con dificultad se salvarían los que en él estuviesen,[5] hacedme merecedor por vuestro santo nombre, de lo que
prometéis a los pobres, diciéndoles: Ciertamente
que los que dejaste por mí todas las cosas y me seguiste, cuando en la regeneración se sentare
el Hijo del hombre en el trono de la majestad, vosotros os sentaréis sobre las
doce sillas a juzgar las tribus de Israel.[6]
[1] Cf. Is 6, 8.
[2] Sal 93, 20.
[3] Gen 18, 27.
[4] 2 Cor 4, 7.
[5] Mt 19, 23.
[6] Mt 19, 27.
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