MATERNIDAD
DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la
obra redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es
para la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad
La Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los
títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora"
MARÍA, MADRE DE CRISTO, MADRE DE LA IGLESIA
«Se la reconoce y se la venera como verdadera Madre de Dios
y del Redentor [...] más aún, "es verdaderamente la Madre de los miembros
(de Cristo) porque colaboró con su amor a que nacieran en la Iglesia los
creyentes, miembros de aquella cabeza" (LG 53;
cf. San Agustín, De sancta virginitate 6, 6)"».
"María [...], Madre de Cristo, Madre de la
Iglesia" (Pablo VI, Discurso a los padres conciliares al concluir la
tercera sesión del Concilio Ecuménico, 21 de noviembre de 1964).
Totalmente
unida a su Hijo...
«La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la
fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad
de Dios, estuvo de pie, sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su
sacrificio con corazón de madre que, llena de amor, daba amorosamente su
consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima que Ella había
engendrado. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al
discípulo con estas palabras: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,
26-27)» (LG 58).
Después de la Ascensión de su Hijo, María "estuvo
presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones" (LG 69).
Reunida con los apóstoles y algunas mujeres, "María pedía con sus
oraciones el don del Espíritu, que en la Anunciación la había cubierto con su
sombra" (LG 59).
... también
en su Asunción ...
"Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de
toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue
asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina
del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los
señores y vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59;
cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS
3903).
La Asunción
de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección
de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos:
«En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no
desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste la fuente de la Vida porque
concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas
(Tropario en el día de la Dormición de la Bienaventurada Virgen María).
... ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra
redentora de su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para
la Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro
supereminente y del todo singular de la Iglesia" (LG 53),
incluso constituye "la figura" [typus] de la Iglesia (LG 63).
Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la
humanidad va aún más lejos. "Colaboró de manera totalmente singular a la
obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza y ardiente amor, para
restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra
madre en el orden de la gracia" (LG 61).
"Esta maternidad de María perdura sin cesar en la
economía de la gracia, desde el consentimiento que dio fielmente en la
Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización
plena y definitiva de todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los
cielos, no abandonó su misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su
múltiple intercesión los dones de la salvación eterna [...] Por eso la
Santísima Virgen es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada,
Auxiliadora, Socorro, Mediadora" (LG 62).
"La misión maternal de María para con los hombres de
ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que
manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la
salvación de los hombres [...] brota de la sobreabundancia de los méritos de
Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca
toda su eficacia" (LG 60).
"Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el mismo orden con el Verbo
encarnado y Redentor. Pero, así como en el sacerdocio de Cristo participan de diversas
maneras tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única bondad de
Dios se difunde realmente en las criaturas de distintas maneras, así también la
única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una
colaboración diversa que participa de la única fuente" (LG 62).
"Todas las generaciones me llamarán
bienaventurada" (Lc 1, 48): "La piedad de
la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del culto
cristiano" (MC 56).
La Santísima Virgen «es honrada con razón por la Iglesia con un culto especial.
Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos, se venera a la Santísima Virgen
con el título de "Madre de Dios", bajo cuya protección se acogen los
fieles suplicantes en todos sus peligros y necesidades [...] Este culto [...]
aunque del todo singular, es esencialmente diferente del culto de adoración que
se da al Verbo encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, pero lo
favorece muy poderosamente" (LG 66);
encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de Dios
(cf. SC 103)
y en la oración mariana, como el Santo Rosario, "síntesis de todo el
Evangelio" (MC 42).
Después de haber hablado de la Iglesia, de su origen, de su
misión y de su destino, no se puede concluir mejor que volviendo la mirada a
María para contemplar en ella lo que es la Iglesia en su misterio, en su
"peregrinación de la fe", y lo que será al final de su marcha, donde
le espera, "para la gloria de la Santísima e indivisible Trinidad",
"en comunión con todos los santos" (LG 69),
aquella a quien la Iglesia venera como la Madre de su Señor y como su propia
Madre:
«Entre tanto, la Madre de Jesús, glorificada ya en los
cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su
plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del
Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta
y de consuelo» (LG 68).
Al pronunciar el Fiat de la
Anunciación y al dar su consentimiento al misterio de la Encarnación, María
colabora ya en toda la obra que debe llevar a cabo su Hijo. Ella es madre allí
donde Él es Salvador y Cabeza del Cuerpo místico.
La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida
terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella
participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la
resurrección de todos los miembros de su cuerpo.
"Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva,
Madre de la Iglesia, continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con
respecto a los miembros de Cristo (Credo del
Pueblo de Dios, 15).
1. Trasmitiendo la vida
divina: ella nos trasmite la vida de su Hijo.
Primero, porque la
vida es Cristo, y Ella nos ha dado a Cristo, a Aquel quien es la Vida. Además,
fue la mujer asociada por excelencia al sacrificio de Cristo que nos ganó la
vida eterna, la vida divina. Por ser la criatura que ha cooperado de una manera
única y singular en la obra de redención, es también, por designio divino, la
que nos distribuye las gracias de Cristo, y así nos alimenta, nos guía,
protege, nos ayuda a crecer en la vida de la gracia y en la vida sobrenatural a
fin de alcanzar la perfección de Cristo, de llegar a ser a la estatura de
Cristo (cfr. Ef 4,13).
• es un don tener una madre que cuida nuestra vida espiritual. A veces damos mas atención a la vida natural que a la sobrenatural. Sin embargo, es una realidad superior “No temáis a los que matan el cuerpo sino el alma" (San Mateo 10, 28).
Distribuye las gracias que Cristo nos logró con su redención y que ella nos ha alcanzado con su intercesión. “La función maternal de María para con los hombres de ninguna manera oscurece ni disminuye esta única mediación de Cristo, antes bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen en favor de los hombres, nace del beneplácito divino y brota de la superabundancia de los méritos de Cristo, se apoya en su mediación, de ella depende totalmente y de la misma saca su eficacia, y lejos de impedirla, fomenta la unión inmediata de los creyentes con Cristo.” (Constitución Dogmática Lumen Gentium # 60)
4. Visitando e interviniendo en nuestras vidas, en la vida de la Iglesia y del mundo de manera especial cuando se está en peligro de perderse, de errar o de caer en la oscuridad.. Así como la columna de nube durante el día, y la columna de fuego durante la noche precedía a los israelitas en el desierto para enseñarles el camino, y nunca dejó dejó de ocupar su lugar en frente del pueblo, la Virgen Santísima, la nueva columna descrita en el sueño de San Juan Bosco, va delante de nosotros en tiempos de confusión y batalla, llevándonos seguros al Corazón de Jesús y a su Iglesia.
Apariciones: preocupación materna por las situaciones del mundo, de la Iglesia y de los pecadores. Viene cuando más la necesitamos a reavivar la fe, a regresarnos a su Hijo.
¿Cuándo comienza esta maternidad espiritual de María?
Desde la Anunciación, cuando la Santísima Virgen recibe el llamado para ser la Madre del Redentor, de forma implícita y escondida, también se revela el llamado a ser madre de todos los hombres. La Madre de la Cabeza debía ser también la Madre del cuerpo. La Madre del Redentor, sería la Madre de los redimidos. La Madre física de Cristo, sería la Madre espiritual del cuerpo místico de Cristo. La Virgen Santísima al engendrar física y naturalmente a Cristo, engendra espiritual y sobrenaturalmente a todos los miembros del cuerpo místico de Cristo, o sea, a todo el género humano. La Cabeza como sus místicos miembros son frutos del mismo seno, el de María; entonces, ella es Madre del Cristo total: la cabeza y el cuerpo-fisícamente de la Cabeza, espiritualmente de los miembros, así nos explica el Papa San Pío X en su encíclica Ad Diem Illum Laetissimum. La maternidad espiritual de María es el complemento de su maternidad divina.
En los Evangelios:
Vemos algunos signos de la maternidad espiritual de la Santísima Virgen sobre los hombres (en sus dos facetas- intercesión y dispensación de las gracias):
• En la Visitación, cuando con su presencia alcanza las gracias de santificación para Juan Bautista y la gracia del Espíritu Santo sobre Isabel, logrando así el primer milagro en el orden sobrenatural.
• En Caná, su intercesión y mediación maternal logra el primer milagro en el orden de la naturaleza.
Estos signos de su maternidad espiritual alcanzan su plena realización en el Calvario, cuando de manera explícita, según el Evangelio de San Juan capítulo 19, Cristo desde la Cruz se dirige al discípulo amado y en él, a cada uno de nosotros y nos la da como Madre.
“He aquí a tu Madre; Madre he aquí a tu
Hijo”(San Juan 19, 26-27).
Si la maternidad espiritual de María respecto de los
hombres ya había sido delineada desde la Anunciación, en la Cruz es establecida
claramente. Las palabras de Cristo proclamaron oficialmente y confirmaron en
esa hora solemne, la maternidad espiritual de María, que ya existía
esencialmente desde la Anunciación, pero que estaba consumándose y
completándose formalmente por su dolorosísima asociación y participación en el
sacrificio redentor. En Nazaret, María Santísima nos concibió, en el Calvario nos dió a luz.
Nos dio a luz en el dolor
Nos dio a luz en el dolor
Esta maternidad espiritual sobre los hombres, confirmada y completada en la Cruz, costó a nuestra Madre grandes sufrimientos, ella nos dio a luz con intensos dolores de parto: su Corazón fue traspasado. Nos dio a luz viendo a su Hijo morir: su maternidad hacia nosotros es fruto del dolor. Con el mismo fiat que acogió el anuncio del ángel, para la maternidad divina, con ese mismo fiat, acogió el anuncio de Cristo en la Cruz, para su maternidad espiritual. Desde ese mismo momento acoge a Juan, y en él a todos los hombres, como hijos... su Corazón es espiritualmente traspasado y abierto a los hombres para siempre.
Cuando el ángel le dijo: “alégrate, vas a concebir en el seno y dar a luz un hijo”(San Lucas 1, 28-31), Ella abrió su Corazón inmaculado para acoger con fe y obediencia la invitación a la maternidad divina. En el segundo anuncio de maternidad: "Cuando Jesús dijo: "Mujer, he aquí a tu hijo" (San Juan 19,26), abrió de una manera nueva el Corazón de la Madre.
Un poco más tarde, el soldado traspasa
el Corazón de Jesús: Con esas palabras, el Corazón de María es abierto, para
recibir a los que el Corazón traspasado de Jesús iba a alcanzar con su poder
redentor." (S.S. Juan Pablo II en 1982). Desde la Cruz: igual que el Corazón de
Jesús quedó eternamente abierto para derramar gracias de salvación sobre la
humanidad, el Corazón de María quedó eternamente abierto para acoger como madre
a los que aceptan la redención de su Hijo.
He aquí a tu hijo
Al pie de la Cruz estaba María Santísima, y junto a ella San Juan. Este apóstol (según el Magisterio de la
Iglesia, de los Padres y Papas) representa a toda la humanidad , de manera
particular a los fieles, a los que desean ser “discípulos amados”. Al pie de la
Cruz, Cristo, confía al discípulo amado y en él a todos los hombres y a
la Iglesia, al cuidado maternal de María. Para que lo que Ella ha hecho con El,
lo haga ahora con su cuerpo místico. "En Juan, el discípulo amado, cada persona
descubre que es hijo o hija de aquella que dio al mundo al Hijo de Dios".
S.S. Juan Pablo II escribe en la encíclica Madre del Redentor # 45 : "La maternidad en el orden de la gracia igual que en el orden natural caracteriza la unión de la madre con el hijo. En esta luz se hace mas comprensible el hecho que, en el testamento de Cristo en el Gólgota, la nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un hombre: "Ahí tienes a tu hijo" (San Juan 19, 26). En estas mismas palabras esta indicado el motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo; no solo de Juan, sino de todo cristiano. El Redentor confía su madre al discípulo y al mismo tiempo, se le da como madre. La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre”
La maternidad de María según el Siervo de Dios Juan Pablo II:
- Es el deseo expreso de Cristo, su testamento final.
- Es universal y personal.
- Ella es Madre de la Iglesia, y madre de cada miembro.
- Cada uno de nosotros debe entrar en una relación personal con ella, de Madre e hijo.
- Quiere que seamos hijos, relación íntima, la que Cristo mismo tuvo con Ella.
- Ser extensión del amor de Cristo hacia su Madre. Amarla como El la ama.
- Es un don de Cristo a cada uno.
- Cada discípulo debe tener una dimensión mariana en su vida.
La misión maternal de María debe ser acogida por cada uno. Este es el significado profundo del escudo papal. “El discípulo la acogió en su casa” (San Juan 19, 27), en su corazón. Respondió al don de Cristo.
Esta maternidad tiene efectos reales en nuestras vidas: participa en la transmisión de la vida espiritual, de la restauración de las almas. Tiene la misión de guiarnos, protegernos, educarnos, formarnos y velar por nuestras necesidades. Por ser nuestra Madre, es la poderosa intercesora y la mediadora de las gracias.
Su maternidad después de la Cruz
Si toda la vida terrena de María, fue marcada por la solicitud maternal hacia su Hijo, y hacia los hombres, con mucha más fuerza lo sería desde el momento de la Cruz, cuando esta maternidad es completada y confirmada, y del Corazón traspasado de Su Hijo, nace la Iglesia, el Cuerpo Místico de su Hijo. Tendría que hacer con la Iglesia, lo que hizo con su Hijo.
A partir de ese momento su Corazón maternal se volcará hacia la Iglesia naciente. Será una verdadera madre para el cuerpo místico de su Hijo: estará con ellos con su oración, con su solicitud y diligencia maternal, con sus intervenciones y visitaciones, con su generosidad y su súplica poderosa, con su constante y amorosa presencia. Ella intercederá e intervendrá ante todas y las diversas necesidades de sus hijos. Saldrá al encuentro de las necesidades del hombre, atrayendo, con su oración, su mediación y presencia maternal, la acción salvífica y el poder salvífico de Cristo.
Su maternidad es en sí misma una mediación, por eso el Siervo de Dios Juan Pablo II le llama “mediación maternal”. “María se pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y sufrimientos. Se pone en medio, o sea hace de medidora no como una persona extraña o simple observadora, sino en su papel de Madre, consciente de que como tal puede -más bien- tiene derecho de, hacer presente a su Hijo las necesidades de los hombres. Su mediación por lo tanto, tiene un carácter de intercesión: ella intercede por los hombres y también como madre desea que se manifieste el poder salvífico de Cristo.”
Si Cristo la llamó a ser madre de todos, no solo le dio deberes sino también derechos de madre: pedir, alimentar, hacer crecer, proteger, enseñar, formar, etc.
Su intercesión tiene doble faceta: el bien del hombre y la manifestación del poder salvífico de su Hijo.
¿No es esto acaso lo que se reveló en Caná?
Después de la Asunción
“Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia desde el momento en que prestó fiel asentimiento a la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la cruz hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Pues una vez asunta a los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que continúa alcanzándonos por su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con amor maternal cuida de los hermanos de su Hijo que peregrinan, se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. “ (Constitución Dogmática Lumen Gentium # 62).
• Perdura sin cesar hasta la consumación perfecta de todos los elegidos. Por lo tanto, hasta el fin de los tiempos. Ver a Cristo formado en nuestros corazones, ver que vivamos en Cristo y con la vida de Cristo. Es su misión llevarnos con su intercesión y mediación maternal hasta el cielo. Que dolor para Ella, no ver en muchas almas, a Cristo y su vida divina en ellos. Si San Pablo en Gálatas 4, 19 dice: "hijos míos ¡por quienes sufro dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros”, como lo podrá decir Ella quien como Madre espiritual está supuesta a dar a luz a Cristo en nuestros corazones?.
• Ella introduce a los hombres a Cristo y Cristo a los hombres: pastores, reyes magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y servidores, los primeros discípulos, la Iglesia.
• En el cielo, no se ha olvidado de nosotros, vive intercediendo e interviniendo en la vida de cada uno y en la vida de la iglesia. Con mayor razón es poderosa María en su intercesión después de la Asunción, después de haber entrado en el cielo en cuerpo y alma, y haber sido coronada como Reina de cielos y tierra.
• Con amor maternal cuida de los que peregrinamos entre peligros y angustias. Por ser madre está implicada en nuestras vidas, y en la vida de la Iglesia.
Implicada en la historia de cada uno y en la de la Iglesia:
Cada uno de nosotros puede testificar la maternidad espiritual de la Santísima Virgen en nuestras vidas. En cuantas ocasiones y momentos hemos experimentado la presencia de nuestra madre, la respuesta a nuestras súplicas, su intervención librándonos de peligros. No acabaríamos nunca. Los libros de los santos y santas, están llenos de sus experiencias con la Santísima Virgen.
• Experimentamos su protección.
• Somos librados de tentaciones con la presencia de María.
• Protegidos físicamente.
• Restauradas las familias con el rezo del Santo Rosario
• En la soledad se ha sentido su amor maternal.
• Ante los ataques del demonio, su mirada misericordiosa los ha cesado.
• En el sufrimiento, recibiendo consuelo.
• En nuestra frialdad, hemos recibido su ternura.
Por algo decía San Bernardo: “Hay que recurrir a María en todas las necesidades de alma y cuerpo, en todos los tiempos, lugares y cosas con gran sencillez, confianza y ternura. En las dudas, para que nos ilumine; en los extravíos, para volver al buen camino; en las tentaciones, para que nos sostenga; en las debilidades, para que nos fortifique; en las caídas, para que nos levante; en los desalientos, para que nos infunda nuevos ánimos; en los escrúpulos, para que los disipe; en las cruces, trabajos y contratiempos de la vida, para que nos consuele". Siempre y en todo recurriendo a María como Madre cariñosa y llena de ternura.
El Siervo de Dios Juan Pablo II, recurría constantemente, de manera personal y como pastor de la Iglesia, al cuidado maternal de la Virgen Santísima. No hay ni un solo suceso, ni una sola carta, ni una alocución, ni un ministerio que él no confíe al cuidado de la Virgen Santísima. El atribuye a la Santísima Virgen su protección del atentado. “Una mano disparó y otra mano dirigió la bala”. Es esa bala, la que está hoy en la corona de la imagen de la Virgen en Fátima.
Involucrada en la historia de la Iglesia y del mundo:
“A ti suplicamos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas”.
En el libro del Apocalipsis capítulo 12: se nos presenta María en sus dos maternidades: Madre de Jesús y Madre de los creyentes. Aparece la mujer vestida del sol, con la luna bajo los pies y una corona de doce estrellas en su cabeza, y con dolores de parto queriendo dar a luz. Aparece también el dragón. Cuando la oscuridad del demonio quiere invadir la tierra, aparece nuestra Señora para defender a sus hijos trayendo la luz de Cristo. En el panorama, ya no solo está el demonio, sino la Virgen María, Madre de Cristo y nuestra que viene, aparece, visita, para protegernos, guiarnos, iluminarnos y enseñarnos el camino opuesto al ofrecido por el demonio. Su maternidad no solo nos nutre con la vida de Cristo, sino que nos defiende del enemigo de Cristo. Ella en su maternidad está situada en el centro mismo de aquella “enemistad” de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación... En esta historia María, sigue siendo una señal de esperanza futura (Redemptoris Mater # 11) porque tenemos una Madre.
• Defiende a su Hijo de ser devorado por el dragón.
• Defiende al resto de sus hijos, a quienes el demonio feroz quiere destruir.
“La gran señal que apareció en el cielo vestida del sol: revestida de la luz de Cristo. Con la luna bajo sus pies (luna que simboliza el tiempo, bajo sus pies. Ella tiene autoridad, ejerce dominio sobre el tiempo, es su patrona. Ella aunque vivió en el tiempo, es superior a las vicisitudes del tiempo y no es condicionada por el. O sea, tiene el poder dado por Dios, para aplastar las batallas que se dan en la historia, en los tiempos específicos). Coronada: participe del poder real de su Hijo (Ella es reina de cielos y tierra). Con doce estrellas: simboliza el triunfo de la Iglesia en María.
Cuando la Iglesia, camina por el desierto, entre grandes batallas, mas presente se hace la Santísima Virgen que viene a proteger a sus hijos. También, entre mas ardua es la batalla, los hijos recurren a la Madre, como ha sido siempre el testimonio de la Iglesia. Desde el siglo III: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, oh Virgen, gloriosa y bendita”. "la experiencia de los fieles ve a la Madre de Dios como a la que esta, de manera especial unida a la Iglesia en los momentos mas difíciles de su historia, cuando los ataques hacia ella se hacen cada vez mas amenazadores. Esto esta en plena concordancia con las visión de la mujer revelada en Génesis y en el Apocalipsis.
Precisamente en los periodos en que
Cristo, y por lo tanto su Iglesia, son el signo de implacable contradicción,
María aparece particularmente cercana a la Iglesia, porque la Iglesia será
siempre el Cuerpo místico de Su Hijo. En estos periodos de la historia, surge
la particular necesidad de confiarse, consagrarse a María. Dios Padre confió a
su único Hijo a la humanidad. La criatura humana a quien El le confió primero a
su Hijo, fue María. Y hasta el fin de los tiempos ella permanecerá como a la
que Dios confía su misterio de Salvación en favor de los hombres". (S.S.
Juan Pablo II en 1976 a Pablo VI).
Tenemos 2000 años de historia donde hemos visto muchas veces la intervención de la Santísima Virgen en situaciones claves de la vida de la Iglesia y del mundo. Ella interviniendo como Madre y Reina en la historia del mundo. En Fatima la Virgen trajo un detalle particular en su vestido: una estrella. Nos quiso recordar su misión poderosa de intercesora. Ester significa estrella: Ella es la nueva Ester que se presenta ante el Rey intercediendo por el pueblo. Recordemos la historia de Ester:
-Aman enemigo de los Judios, logra que el rey le de el consentimiento de exterminio.
-El día trece del mes: se da el decreto de exterminio.
-Reunirse a ayunar y a hacer penitencia.
-Se presenta con su belleza ante el Rey.
-Pide la liberación de su pueblo de sus enemigos que quieren aniquilarles.
-Logra el favor del Rey, quien reversa toda la acción del enemigo hacia el mismo.
“El realismo de la lucha que continúa en la historia, pone de relieve también, la perspectiva de la victoria definitiva por obra de la mujer, de María, que es nuestra abogada y aliada potente de todas las naciones de la tierra.”
APARICIONES
El Pilar: en el año 40, se apareció en España al apóstol Santiago, para animarlo en la campaña de Evangelización de ese país, la cual Santiago creía no tener mucho éxito. La Virgen Santísima, deja un Pilar con una pequeña estatua como prueba de su presencia. Pilar, porque Ella siempre intervendrá para sostener y apoyar nuestra fe. Le manda a construir una capilla y así se convierte en la primera iglesia dedicada a la Virgen Santísima en la era cristiana. De la fe que España recibe, hemos nosotros recibido.
Covadonga: vemos la intervención de la Virgen en la reconquista de España que comienza en la montaña de Covadonga de las manos de los moros. En esa cueva la Virgen se aparece y anima a la batalla, logrando así la victoria y el establecimiento del cristianismo de nuevo en España. Vemos a la Virgen intervenir en la misión de la Iglesia en la expansión del Reino.
Guadalupe: En 1531, cuando la evangelización de los indios parecía imposible para los misioneros españoles, se aparece la Virgen, como mediadora de unidad entre ellos, utilizando como madre todo aquello que podría llegar al corazón de los indios, y apoyar la autoridad espiritual de los misioneros y del obispo. Ella, logra la evangelización de 3000 millones de indios, revelando su maternidad espiritual.
-Santo Domingo: logra la conversión de los albigenses, herejes, a través del Santo Rosario dado por la Virgen como medio eficaz contra las herejías.
Iroshima: 6 de agosto de 1945 un grupo de sacerdotes jesuitas rezaban el Santo Rosario, mientras cae la bomba sin causarles algun daño.
Después de la consagración del mundo en el año 1984 y del año mariano de 1987, viene la caída pacifica del comunismo en Europa. El Santo Padre, ha dicho que el Año Mariano, fuera una anticipación del jubileo, incluyendo en si mucho de lo que se deberá expresar plenamente en el año 2000.
Santo Padre: su atentado ocurre el día 13 de Mayo de 1981 día de la Virgen de Fátima. El Santo Padre públicamente ha proclamado que su vida fue protegida directamente por la intervención de la Santísima Virgen y que los mensajes de Fátima parecen, con el fin del siglo, acercarse a su cumplimiento.
La firma en Washington del Tratado de regulación de las armas nucleares de rango intermedio fue en diciembre 8 de 1987.
“Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para mostrar y prodigar en el todo mi amor, mi compasión, mi ayuda y mi defensa. Yo soy su piadosa Madre, de ti y de todos los moradores de esta tierra y de los demás devotos míos que me invoquen y en mí confíen” (La Virgen a Juan Diego en Guadalupe).
Santuarios: Nuevos Cana
Que la maternal intercesión de María, Madre del Redentor y del amor hermoso, sea la estrella que nos guíe con seguridad los pasos de los cristianos al encuentro del Señor” (Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente # 59).
Confiar en su intercesión
Características de la Intercesión de María
1. Sencillez: exposición de la necesidad, pero con la simplicidad de un niño. Los niños más que pedir, exponen, y no es necesario más porque la compenetración es tan grande que los padres saben perfectamente todo lo que la frase del niño encierra, y es más clara que un largo discurso.
Siendo la Virgen, la criatura perfecta, su oración es la más perfecta de las oraciones, la mejor hecha, la que reúne todas las cualidades en su máxima profundidad. La sencillez revela los sentimientos más íntimos.
2. La humildad: gramaticalmente hablando, la Virgen no hace una petición, sino que expone una necesidad. Es evidente que se dirige a su Hijo queriendo que el remedie la necesidad que expone. La delicadeza con que se dirige a Jesús, su manera sencilla de insinuar la necesidad, nos muestra con claridad donde ella se coloca: es su Hijo pero es Dios, era Dios pero ella es su Madre.
Su humildad le permite dar el tono y el matiz preciso a su oración, dándole fuerza y al mismo tiempo, no pedir nada. Muestra su dependencia de Él. Solo el humilde percibe hasta qué punto está necesitado de Dios, y este reconocimiento de su nada y de su necesidad es a lo que Dios responde."Ha mirado la humillación de su esclava, desde ahora me llamarán bienaventurada”.
3. La fe en su Hijo: “Hagan lo que Él les diga” (San Juan 2,5)
Es esta clase de fe, la que compromete a Dios con más fuerza que los argumentos más astutos y contundentes. Cuando la Virgen le habló, su hora no había llegado todavía; después de hablarle con fe tanta fe, su hora llegó en seguida. La fe de María Santísima empapando aquella breve frase de tres palabras, alteró el tiempo e hizo apresurar la hora en que el Señor descubrió su divinidad con una manifestación extraordinaria que fortaleció y aumentó la fe de todos los discípulos.
La Virgen María, Madre de Jesús
Catequesis de Juan Pablo II
El
rostro materno de María en los primeros siglos
Catequesis de Juan Pablo II (13-IX-95) |
Catequesis de Juan Pablo II (20-XI-96)
María, Madre de Dios
Catequesis de Juan Pablo II (27-XI-96)
María, educadora del Hijo de Dios
Catequesis de Juan Pablo II (4-XII-96)
Leemos en la
Constitución dogmática Lumen Gentium: María... “concibiendo a
Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo,
padeciendo con su hijo cuando moría en la Cruz, cooperó en forma enteramente
impar, a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la
ardiente caridad con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por
eso es nuestra Madre en el orden de la gracia” (Concilio Vaticano II, LG # 61).
2. Intercediendo en favor
nuestro: con actos de súplica dirigida a Cristo para obtener gracias para
nosotros. Padres de la Iglesia: omnipotencia suplicante:
Por su perfecta comunión
con Cristo, ella desea lo que El desea..
Por su fe: la fe mueve
montañas. Al decir “hagan lo que El les diga”
(San Juan 2,5). Ella expone la necesidad y deja todo lo demás a su juicio, segura de que
la solución que dé es la mejor, la mas indicada, la que lo resuelve de manera
mas conveniente. Deja al Señor el campo totalmente libre para que haga su
propia voluntad, pero es por que Ella estaba segura de que su voluntad era lo
mas perfecto que podría hacerse y lo que de verdad resolvía el asunto. Confía
en su sabiduría, en su superior conocimiento, en su visión mas amplia y
profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella podía
desconocer. Expone lo que ocurre y lo deja en sus manos. Es esta clase de fe,
la que compromete a Dios con mas fuerza que los argumentos mas astutos y
contundentes. Cuando la Virgen le habló, su hora no había llegado todavía;
después de hablarle con fe tanta fe, su hora llegó en seguida. La fe de María Santísima, empapando aquella breve frase de tres palabras, alteró el tiempo e hizo
apresurar la hora en que el Señor descubrió su divinidad con una manifestación
extraordinaria que fortaleció y aumentó la fe de todos los discípulos.
3. Su mediación universal de
las gracias:
“Por la Encarnación redentora, María ha quedado hecha no solo la Madre de Dios
en el orden físico de la naturaleza, sino también en el orden sobrenatural de
la gracia, Madre de todos los hombres” (Pio XII en 1947)
San Juan y cada uno de nosotros.
La hizo partícipe de su vida, problemas, de su vida espiritual, de sus
decisiones, de su vida física. "Y ya que María fue dada como Madre
personalmente a él, el discípulo responde con con "la entrega". La entrega es la respuesta
al amor de una persona, y, en concreto al amor de la madre. "Entregándose filialmente a
María, el cristiano, como el apóstol Juan, introduce a María en todo el espacio de
su vida interior, es decir, en su yo humano y cristiano".
Cristo nos confía, nos entrega, nos consagra al cuidado maternal de su
Madre, por que sabe que lo necesitamos, para desarrollarnos en la vida de
perfección y para defendernos en la batalla contra el demonio.
“Como Madre de la Iglesia, María, elevada al cielo y coronada, no deja de
estar implicada en la historia de la Iglesia, que es la historia entre el bien
y el mal.” (S.S. Juan Pablo II el 18 de agosto 1995).
Lepanto: En el siglo XVI, los
mahometanos estaban invadiendo a Europa donde imponían a fuerza su religión y
destruían el cristianismo. Amenazaban invadir Roma, y el Papa Pío V, convoco a
los católicos para defender la religión. Se formo un ejercito y fueron en busca
del enemigo. El 7 de Octubre de 1572, se encontraron los dos ejército en el
golfo de Lepanto. Ellos tenían 282 barcos y 88000 soldados. Los cristianos
mucho mas inferior en número. Antes de empezar la batalla, se confesaron,
tuvieron Misa y rezaron el Rosario y entonaron un canto a la Madre de Dios. Al
principio la batalla era desfavorable para los cristianos, pues el viento
corría en forma contraria y detenía sus barcos. Entonces, el Papa con una gran
multitud de fieles empezó a recorrer las calles de Roma rezando el Rosario. De
forma milagrosa, el viento cambio de rumbo batió las velas de los barcos y los
empujo con fuerza contra los enemigos, alcanzando la victoria. Por ello, el día
7 de octubre es el día del Rosario.
Napoleón: sabemos que por
intervención de María Auxiliadora, el Papa Pío VII, quien había sido apresado
por Napoleón, regreso a Roma el 24 de mayo de 1814, y también por Ella fue
derrotado el ejercito de Napoleón y termino este en prisión hasta el resto de
sus días.
Fátima: la Virgen pide la consagración
de Rusia para evitar que se propaguen sus errores. Viene a querer intervenir en
el futuro peligroso que se perfila en el mundo y da los remedios: penitencia,
rosario y consagración.
La firma del
tratado de Paz en Japón al final de la Segunda Guerra Mundial, fue en agosto 15 de 1945.
Seis años mas tarde en septiembre 8 de 1951, firma un tratado más formal.
Austria: 70.000 personas se
comprometen a rezar el Rosario por 7 años. El 13 de mayo de 1955 los soviéticos
salieron del país.
Brasil: en 1962 los comunistas
tomaron el poder, organizaron un rezo y precesión del Rosario, 600 mil mujeres
por las calles rezando el rosario y 21 días después, salió el comunismo del
país.
Filipinas: 1986, año mariano local.
Gran confrontación del ejercito con el pueblo, iban a ametrallar a la masa de
gente, y se aparece una bella señora, la describen los guardias como una
religiosa, que les dijo: “¿por qué quieren asesinar a mis hijos?”. La guardia
bajo sus armas y vino la liberación de Filipinas. El Cardenal Sin ha
abiertamente proclamado que esta victoria fue obra de la Virgen Santísima.
En enero 1de 1990 cae
la muralla de Berlín.
-En agosto 22 de
1991, muere el partido comunista en Rusia. La disolución de la
Unión Soviética y la creación de una nueva nación fueron en diciembre 8 de
1991.
Tristemente, las
intervenciones de nuestra Madre en los acontecimientos del mundo, no son apreciadas
ni reconocidas, se ven meramente como resultado de esfuerzos humanos.
La Iglesia del
Nuevo Mundo caracterizada por la maternidad espiritual de la Santísima Virgen:
La Virgen afirma
claramente que es Nuestra Madre, con una maternidad universal, y expone los
actos maternales de su Corazón: amar, compadecerse, ayudar, defender, tener
piedad. Le pide la construcción de un templo, pero no para exhibirse ella misma
o pretender honores, sino para oír allí los lamentos de sus hijos y remediar
todas su miserias, penas y dolores, para ejercer en estos santuarios, de forma
no exclusiva, pero si especial, su misión de Madre en favor de todos los
hombres.
En la cuarta
aparición la Virgen le abre a Juan Diego todo su Corazón de madre, y le habla
con expresiones llenas de afecto maternal: “Oye y ten entendido, hijo mío el más
pequeño, que es nada lo que te asusta. No se turbe tu corazón. ¿No estoy yo
aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy tu fuente de vida? ¿No
estás, por ventura en mi regazo? Que nada te aflija”.
-Bajo su sombra:
nos protege del sol o de la lluvia.
-Fuente de vida:
ella es Madre en el orden de la gracia, que contribuye en nuestra vida
sobrenatural.
“vida, dulzura y esperanza nuestra”
-En su regazo: en la
cavidad de su manto, guardada, abrigada, protegida.
No está la historia
de la Iglesia en Latinoamérica llena de la presencia Maternal de la Virgen.
Todas las advocaciones que veneramos en nuestros países no son el fruto de una
intervención de la Virgen en la vida de nuestros pueblos?.
América es el
continente de María, el continente que ha conocido bien de cerca la maternidad
espiritual de María. Nunca renunciemos a tan gran elección. ¿Continente de la
Esperanza? Será porque en el centro de nuestra vida espiritual, de nuestra
cultura, de nuestra Iglesia está la Santísima Virgen. Situada en el centro
mismo de aquella “enemistad” de aquella lucha que acompaña la historia de la
humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación... En esta historia
María, sigue siendo una señal de esperanza futura. (Carta Encíclica Redemptoris
Mater # 11), porque tenemos una Madre.
Debemos recurrir a
ella e invocarla en toda necesidad espiritual y material, completamente seguros
que seremos siempre acogidos, escuchados, y nos alcanzará gracia necesaria y en
plena coherencia con la voluntad de su Hijo.
1. Sabe lo que necesitamos: porque nos ve en Dios. Desde la gloria vive
para velar por sus hijos.
2. Puede concedernos su ayuda: nos logra con una plegaria que Dios de una
orden.
3. Quiere ayudarnos: porque nos ama, porque es nuestra Madre.
El Magníficat:
oración de alabanza, en la que su Corazón se desborda de afectos, en palabras
de agradecimiento, en expresiones de jubilosa admiración por la grandeza divina
y por las obras de Dios. En Caná en cambio, la Virgen hace oración de suplica.
Es una intercesión de apenas 3 palabras: No tienen vino (San Juan 2,3). Sin
embargo, en esa brevedad se nos revela una profundidad sobre las
características de la súplica de la Virgen a su Hijo, que merece ser puesta de
relieve:
Era su Madre, lo
había acunado en sus brazos, y con todo, se abstiene de indicarle lo que debe
hacer. Expone la necesidad y deja todo lo demás a su juicio, segura de que la
solución que dé al problema, es la mejor, la más indiciada, la que lo resuelve
de manera más conveniente. Deja al Señor el campo totalmente libre para que
haga su propia voluntad, pero es que porque Ella estaba segura de que su
voluntad era lo más perfecto que podría hacerse y lo que de verdad resolvía el
asunto. Confía en su sabiduría, en su superior conocimiento, en su visión más
amplia y profunda de las cosas que abarca aspectos y circunstancias que Ella
podía desconocer. Expone lo que ocurre y lo deja en sus manos.
En la constitución Lumen gentium, el Concilio afirma
que «los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos los santos,
conviene también que veneren la memoria "ante todo de la gloriosa siempre
Virgen María, Madre de Jesucristo nuestro Dios y Señor"» (n. 52). La
constitución conciliar utiliza los términos del canon romano de la misa,
destacando así el hecho de que la fe en la maternidad divina de María está
presente en el pensamiento cristiano ya desde los primeros siglos.
En la Iglesia naciente, a María se la recuerda con el título
de Madre de Jesús. Es el mismo Lucas quien, en los Hechos de los
Apóstoles, le atribuye este título, que, por lo demás, corresponde a cuanto
se dice en los evangelios: «¿No es éste (...) el hijo de María?», se preguntan
los habitantes de Nazaret, según el relato del evangelista san Marcos (6,3).
«¿No se llama su madre María?», es la pregunta que refiere san Mateo (13,55).
2. A los ojos de los discípulos, congregados después de la
Ascensión, el título de Madre de Jesús adquiere todo su significado.
María es para ellos una persona única en su género: recibió la gracia singular
de engendrar al Salvador de la humanidad, vivió mucho tiempo junto a él, y en
el Calvario el Crucificado le pidió que ejerciera una nueva maternidad
con respecto a su discípulo predilecto y, por medio de él, con relación a toda
la Iglesia.
Para quienes creen en Jesús y lo siguen, Madre de Jesús
es un título de honor y veneración, y lo seguirá siendo siempre en la vida y en
la fe de la Iglesia. De modo particular, con este título los cristianos quieren
afirmar que nadie puede referirse al origen de Jesús, sin reconocer el papel de
la mujer que lo engendró en el Espíritu según la naturaleza humana. Su función
materna afecta también al nacimiento y al desarrollo de la Iglesia. Los fieles,
recordando el lugar que ocupa María en la vida de Jesús, descubren todos los
días su presencia eficaz también en su propio itinerario espiritual.
3. Ya desde el comienzo, la Iglesia reconoció la maternidad
virginal de María. Como permiten intuir los evangelios de la infancia, ya las
primeras comunidades cristianas recogieron los recuerdos de María sobre las
circunstancias misteriosas de la concepción y del nacimiento del Salvador. En
particular, el relato de la Anunciación responde al deseo de los discípulos de
conocer de modo más profundo los acontecimientos relacionados con los comienzos
de la vida terrena de Cristo resucitado. En última instancia, María está en el
origen de la revelación sobre el misterio de la concepción virginal por obra
del Espíritu Santo.
Los primeros cristianos captaron inmediatamente la
importancia significativa de esta verdad, que muestra el origen divino de
Jesús, y la incluyeron entre las afirmaciones básicas de su fe. En realidad,
Jesús, hijo de José según la ley, por una intervención extraordinaria del
Espíritu Santo, en su humanidad es hijo únicamente de María, habiendo nacido
sin intervención de hombre alguno.
Así, la virginidad de María adquiere un valor singular, pues
arroja nueva luz sobre el nacimiento y el misterio de la filiación de Jesús, ya
que la generación virginal es el signo de que Jesús tiene como padre a Dios
mismo.
La maternidad virginal, reconocida y proclamada por la fe de
los Padres, nunca jamás podrá separarse de la identidad de Jesús, verdadero
hombre y verdadero Dios, dado que nació de María, la Virgen, como
profesamos en el símbolo niceno-constantinopolitano. María es la única virgen
que es también madre. La extraordinaria presencia simultánea de estos dos dones
en la persona de la joven de Nazaret impulsó a los cristianos a llamar a María
sencillamente la Virgen, incluso cuando celebran su maternidad.
Así, la virginidad de María inaugura en la comunidad
cristiana la difusión de la vida virginal, abrazada por los que el Señor ha
llamado a ella. Esta vocación especial, que alcanza su cima en el ejemplo de
Cristo, constituye para la Iglesia de todos los tiempos, que encuentra en María
su inspiración y su modelo, una riqueza espiritual inconmensurable.
4. La afirmación: «Jesús nació de María, la Virgen», implica
ya que en este acontecimiento se halla presente un misterio trascendente, que
sólo puede hallar su expresión más completa en la verdad de la filiación divina
de Jesús. A esta formulación central de la fe cristiana está estrechamente
unida la verdad de la maternidad divina de María. En efecto, ella es Madre del
Verbo encarnado, que es «Dios de Dios (...), Dios verdadero de Dios verdadero».
El título de Madre de Dios, ya testimoniado por Mateo en la
fórmula equivalente de Madre del Emmanuel, Dios con nosotros (cf. Mt 1,23), se
atribuyó explícitamente a María sólo después de una reflexión que duró
alrededor de dos siglos. Son los cristianos del siglo III quienes, en Egipto,
comienzan a invocar a María como Theotókos, Madre de Dios.
Con este título, que encuentra amplio eco en la devoción del
pueblo cristiano, María aparece en la verdadera dimensión de su maternidad: es
madre del Hijo de Dios, a quien engendró virginalmente según la naturaleza
humana y educó con su amor materno, contribuyendo al crecimiento humano de la
persona divina, que vino para transformar el destino de la humanidad.
5. De modo muy significativo, la más antigua plegaria a
María (Sub tuum praesidium..., «Bajo tu amparo...») contiene la
invocación: Theotókos, Madre de Dios. Este título no es fruto de una
reflexión de los teólogos, sino de una intuición de fe del pueblo cristiano.
Los que reconocen a Jesús como Dios se dirigen a María como Madre de Dios y
esperan obtener su poderosa ayuda en las pruebas de la vida.
El concilio de Efeso, en el año 431, define el dogma de la
maternidad divina, atribuyendo oficialmente a María el título de Theotókos,
con referencia a la única persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
Las tres expresiones con las que la Iglesia ha ilustrado a
lo largo de los siglos su fe en la maternidad de María: Madre de Jesús,
Madre virginal y Madre de Dios, manifiestan, por tanto, que la
maternidad de María pertenece íntimamente al misterio de la Encarnación. Son
afirmaciones doctrinales, relacionadas también con la piedad popular, que
contribuyen a definir la identidad misma de Cristo.
1. En la narración del nacimiento de Jesús, el
evangelista Lucas refiere algunos datos que ayudan a comprender mejor el
significado de ese acontecimiento.
Ante todo, recuerda el censo ordenado por César
Augusto, que obliga a José, «de la casa y familia de David», y a María, su
esposa, a dirigirse «a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lc 2,4).
Al informarnos acerca de las circunstancias en
que se realizan el viaje y el parto, el evangelista nos presenta una situación
de austeridad y de pobreza, que permite vislumbrar algunas características
fundamentales del reino mesiánico: un reino sin honores ni poderes terrenos,
que pertenece a Aquel que, en su vida pública, dirá de sí mismo: «El Hijo del
hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lc 9,58).
2. El relato de san Lucas presenta algunas
anotaciones, aparentemente poco importantes, con el fin de estimular al lector
a una mayor comprensión del misterio de la Navidad y de los sentimientos de la
Virgen al engendrar al Hijo de Dios.
La descripción del acontecimiento del parto,
narrado de forma sencilla, presenta a María participando intensamente en lo que
se realiza en ella: «Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y
lo acostó en un pesebre» (Lc 2,7). La acción de la Virgen es el resultado de su
plena disponibilidad a cooperar en el plan de Dios, manifestada ya en la
Anunciación con su «Hágase en mi según tu voluntad» (Lc 1,38).
María vive la experiencia del parto en una
situación de suma pobreza: no puede dar al Hijo de Dios ni siquiera lo que
suelen ofrecer las madres a un recién nacido; por el contrario, debe acostarlo
«en un pesebre», una cuna improvisada que contrasta con la dignidad del «Hijo
del Altísimo».
3. El evangelio explica que «no había sitio para
ellos en el alojamiento» (Lc 2,7). Se trata de una afirmación que, recordando
el texto del prólogo de san Juan: «Los suyos no lo recibieron» (Jn 1,11), casi
anticipa los numerosos rechazos que Jesús sufrirá en su vida terrena. La
expresión «para ellos» indica un rechazo tanto para el Hijo como para su Madre,
y muestra que María ya estaba asociada al destino de sufrimiento de su Hijo y
era partícipe de su misión redentora.
Jesús, rechazado por los «suyos», es acogido por
los pastores, hombres rudos y no muy bien considerados, pero elegidos por Dios
para ser los primeros destinatarios de la buena nueva del nacimiento del
Salvador. El mensaje que el ángel les dirige es una invitación a la alegría:
«Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo» (Lc 2,10),
acompañada por una exhortación a vencer todo miedo: «No temáis».
En efecto, la noticia del nacimiento de Jesús
representa para ellos, como para María en el momento de la Anunciación, el gran
signo de la benevolencia divina hacia los hombres. En el divino Redentor,
contemplado en la pobreza de la cueva de Belén, se puede descubrir una
invitación a acercarse con confianza a Aquel que es la esperanza de la
humanidad.
El cántico de los ángeles: «Gloria a Dios en las
alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace», que se
puede traducir también por «los hombres de la benevolencia» (Lc 2,14), revela a
los pastores lo que María había expresado en su Magníficat: el
nacimiento de Jesús es el signo del amor misericordioso de Dios, que se
manifiesta especialmente hacia los humildes y los pobres.
4. A la invitación del ángel los pastores
responden con entusiasmo y prontitud: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo
que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado» (Lc 2,15).
Su búsqueda tiene éxito: «Encontraron a María y
a José, y al niño» (Lc 2,16). Como nos recuerda el Concilio, «la Madre de Dios
muestra con alegría a los pastores (...) a su Hijo primogénito» (Lumen
gentium, 57). Es el acontecimiento decisivo para su vida.
El deseo espontáneo de los pastores de referir
«lo que les habían dicho acerca de aquel niño» (Lc 2,17), después de la
admirable experiencia del encuentro con la Madre y su Hijo, sugiere a los
evangelizadores de todos los tiempos la importancia, más aún, la necesidad de una
profunda relación espiritual con María, que permita conocer mejor a Jesús y
convertirse en heraldos jubilosos de su Evangelio de salvación.
Frente a estos acontecimientos extraordinarios,
san Lucas nos dice que María «guardaba todas estas cosas y las meditaba en su
corazón» (Lc 2,19). Mientras los pastores pasan del miedo a la admiración y a
la alabanza, la Virgen, gracias a su fe, mantiene vivo el recuerdo de los
acontecimientos relativos a su Hijo y los profundiza con el método de la
meditación en su corazón, o sea, en el núcleo más íntimo de su persona. De ese
modo, ella sugiere a otra madre, la Iglesia, que privilegie el don y el
compromiso de la contemplación y de la reflexión teológica, para poder acoger
el misterio de la salvación, comprenderlo más y anunciarlo con mayor impulso a
los hombres de todos los tiempos.
1. La contemplación del misterio del nacimiento
del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen
santísima como a la Madre de Jesús, sino también a reconocerla como Madre de
Dios. Esa verdad fue profundizada y percibida, ya desde los primeros siglos de
la era cristiana, como parte integrante del patrimonio de la fe de la Iglesia,
hasta el punto de que fue proclamada solemnemente en el año 431 por el concilio
de Éfeso.
En la primera comunidad cristiana, mientras
crece entre los discípulos la conciencia de que Jesús es el Hijo de Dios,
resulta cada vez más claro que María es la Theotókos, la Madre de
Dios. Se trata de un título que no aparece explícitamente en los textos
evangélicos, aunque en ellos se habla de la «Madre de Jesús» y se afirma que él
es Dios (Jn 20,28; cf. 5,18; 10,30.33). Por lo demás, presentan a María como
Madre del Emmanuel, que significa Dios con nosotros (cf. Mt 1,22-23).
Ya en el siglo III, como se deduce de un antiguo
testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta
oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración
de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa
y bendita» (Liturgia de las Horas). En este antiguo testimonio aparece
por primera vez de forma explícita la expresión Theotókos, «Madre
de Dios».
En la mitología pagana a menudo alguna diosa era
presentada como madre de algún dios. Por ejemplo, Zeus, dios supremo, tenía por
madre a la diosa Rea. Ese contexto facilitó, tal vez, en los cristianos el uso
del título Theotókos, «Madre de Dios», para la madre de Jesús. Con
todo, conviene notar que este título no existía, sino que fue creado por los
cristianos para expresar una fe que no tenía nada que ver con la mitología
pagana, la fe en la concepción virginal, en el seno de María, de Aquel que era
desde siempre el Verbo eterno de Dios.
2. En el siglo IV, el término Theotókos ya
se usa con frecuencia tanto en Oriente como en Occidente. La piedad y la
teología se refieren cada vez más a menudo a ese término, que ya había entrado
a formar parte del patrimonio de fe de la Iglesia.
Por ello se comprende el gran movimiento de
protesta que surgió en el siglo V cuando Nestorio puso en duda la legitimidad
del título «Madre de Dios». En efecto, al pretender considerar a María sólo
como madre del hombre Jesús, sostenía que sólo era correcta doctrinalmente la
expresión «Madre de Cristo». Lo que indujo a Nestorio a ese error fue la
dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de Cristo y su
interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas -divina y
humana- presentes en él.
El concilio de Efeso, en el año 431, condenó sus
tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza
humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios.
3. Las dificultades y las objeciones planteadas
por Nestorio nos brindan la ocasión de hacer algunas reflexiones útiles para
comprender e interpretar correctamente ese título. La expresión Theotókos,
que literalmente significa «la que ha engendrado a Dios», a primera vista puede
resultar sorprendente, pues suscita la pregunta: ¿cómo es posible que una
criatura humana engendre a Dios? La respuesta de la fe de la Iglesia es clara:
la maternidad divina de María se refiere sólo a la generación humana del Hijo
de Dios y no a su generación divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde
siempre por Dios Padre y es consustancial con él. Evidentemente, en esa
generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos
mil años, tomó nuestra naturaleza humana y entonces María lo concibió y lo dio a
luz.
Así pues, al proclamar a María «Madre de Dios»,
la Iglesia desea afirmar que ella es la «Madre del Verbo encarnado, que es
Dios». Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a
la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza
humana.
La maternidad es una relación entre persona y
persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale
de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María, al haber
engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona
divina, es Madre de Dios.
4. Cuando proclama a María «Madre de Dios», la
Iglesia profesa con una única expresión su fe en el Hijo y en la Madre. Esta
unión aparece ya en el concilio de Éfeso; con la definición de la maternidad
divina de María los padres querían poner de relieve su fe en la divinidad de
Cristo. A pesar de las objeciones, antiguas y recientes, sobre la oportunidad
de reconocer a María ese título, los cristianos de todos los tiempos, interpretando
correctamente el significado de esa maternidad, la han convertido en expresión
privilegiada de su fe en la divinidad de Cristo y de su amor a la Virgen.
En la Theotókos la Iglesia, por
una parte, encuentra la garantía de la realidad de la Encarnación, porque, como
afirma san Agustín, «si la Madre fuera ficticia, sería ficticia también la
carne (...) y serían ficticias también las cicatrices de la resurrección» (Tract.
in Ev. Ioannis, 8,6-7). Y, por otra, contempla con asombro y celebra con
veneración la inmensa grandeza que confirió a María Aquel que quiso ser hijo
suyo. La expresión «Madre de Dios» nos dirige al Verbo de Dios, que en la
Encarnación asumió la humildad de la condición humana para elevar al hombre a
la filiación divina. Pero ese título, a la luz de la sublime dignidad concedida
a la Virgen de Nazaret, proclama también la nobleza de la mujer y su altísima
vocación. En efecto, Dios trata a María como persona libre y responsable y no
realiza la encarnación de su Hijo sino después de haber obtenido su
consentimiento.
Siguiendo el ejemplo de los antiguos cristianos
de Egipto, los fieles se encomiendan a Aquella que, siendo Madre de Dios, puede
obtener de su Hijo divino las gracias de la liberación de los peligros y de la
salvación eterna.
1. Aunque se realizó por obra del Espíritu Santo
y de una Madre Virgen, la generación de Jesús, como la de todos los hombres,
pasó por las fases de la concepción, la gestación y el parto. Además, la
maternidad de María no se limitó exclusivamente al proceso biológico de la
generación, sino que, al igual que sucede en el caso de cualquier otra madre,
también contribuyó de forma esencial al crecimiento y desarrollo de su hijo.
No sólo es madre la mujer que da a luz un niño,
sino también la que lo cría y lo educa; más aún, podemos muy bien decir que la
misión de educar es, según el plan divino, una prolongación natural de la
procreación.
María es Theotókos, Madre de Dios,
no sólo porque engendró y dio a luz al Hijo de Dios, sino también porque lo
acompañó en su crecimiento humano.
2. Se podría pensar que Jesús, al poseer en sí
mismo la plenitud de la divinidad, no tenía necesidad de educadores. Pero el
misterio de la Encarnación nos revela que el Hijo de Dios vino al mundo en una
condición humana totalmente semejante a la nuestra, excepto en el pecado (cf.
Hb 4,15). Como acontece con todo ser humano, el crecimiento de Jesús, desde su
infancia hasta su edad adulta (cf. Lc 2,40), requirió la acción educativa de
sus padres.
El evangelio de san Lucas, particularmente
atento al período de la infancia, narra que Jesús en Nazaret se hallaba sujeto
a José y a María (cf. Lc 2,51). Esa dependencia nos demuestra que Jesús tenía
la disposición de recibir y estaba abierto a la obra educativa de su madre y de
José, que cumplían su misión también en virtud de la docilidad que él
manifestaba siempre.
3. Los dones especiales, con los que Dios había
colmado a María, la hacían especialmente apta para desempeñar la misión de
madre y educadora. En las circunstancias concretas de cada día, Jesús podía
encontrar en ella un modelo para seguir e imitar, y un ejemplo de amor perfecto
a Dios y a los hermanos.
Además de la presencia materna de María, Jesús
podía contar con la figura paterna de José, hombre justo (cf. Mt 1,19), que
garantizaba el necesario equilibrio de la acción educadora. Desempeñando la
función de padre, José cooperó con su esposa para que la casa de Nazaret fuera
un ambiente favorable al crecimiento y a la maduración personal del Salvador de
la humanidad. Luego, al enseñarle el duro trabajo de carpintero, José permitió
a Jesús insertarse en el mundo del trabajo y en la vida social.
4. Los escasos elementos que el evangelio ofrece
no nos permiten conocer y valorar completamente las modalidades de la acción
pedagógica de María con respecto a su Hijo divino. Ciertamente, ella fue, junto
con José, quien introdujo a Jesús en los ritos y prescripciones de Moisés, en
la oración al Dios de la alianza mediante el uso de los salmos y en la historia
del pueblo de Israel, centrada en el éxodo de Egipto. De ella y de José
aprendió Jesús a frecuentar la sinagoga y a realizar la peregrinación anual a
Jerusalén con ocasión de la Pascua.
Contemplando los resultados, ciertamente podemos
deducir que la obra educativa de María fue muy eficaz y profunda, y que
encontró en la psicología humana de Jesús un terreno muy fértil.
5. La misión educativa de María, dirigida a un
hijo tan singular, presenta algunas características particulares con respecto
al papel que desempeñan las demás madres. Ella garantizó solamente las
condiciones favorables para que se pudieran realizar los dinamismos y los
valores esenciales del crecimiento, ya presentes en el hijo. Por ejemplo, el
hecho de que en Jesús no hubiera pecado exigía de María una orientación siempre
positiva, excluyendo intervenciones encaminadas a corregir. Además, aunque fue
su madre quien introdujo a Jesús en la cultura y en las tradiciones del pueblo
de Israel, será él quien revele, desde el episodio de su pérdida y encuentro en
el templo, su plena conciencia de ser el Hijo de Dios, enviado a irradiar la
verdad en el mundo, siguiendo exclusivamente la voluntad del Padre. De
«maestra» de su hijo, María se convirtió así en humilde discípula del divino
Maestro, engendrado por ella.
Permanece la grandeza de la tarea encomendada a
la Virgen Madre: ayudó a su Hijo Jesús a crecer, desde la infancia hasta la
edad adulta, «en sabiduría, en estatura y en gracia» (Lc 2,52) y a formarse
para su misión.
María y José aparecen, por tanto, como modelos
de todos los educadores. Los sostienen en las grandes dificultades que
encuentra hoy la familia y les muestran el camino para lograr una formación
profunda y eficaz de los hijos.
Su experiencia educadora constituye un punto de
referencia seguro para los padres cristianos, que están llamados, en
condiciones cada vez más complejas y difíciles, a ponerse al servicio del
desarrollo integral de la persona de sus hijos, para que lleven una vida digna
del hombre y que corresponda al proyecto de Dios.
[L'Osservatore
Romano, edición semanal en lengua española, del 6-XII-96]
Fuentes:
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