San Tomás de Villanueva
"el divino Tomás"
Nombre: Tomás
Nacimiento: 1488, Villanueva de los Infantes, España.
Nacimiento: 1488, Villanueva de los Infantes, España.
Fallecimiento: 8 de Septiembre de 1955, Valencia, España.
Predicador, escritor ascético y religioso
agustino español que llegó a obispo.
Este inmenso predicador que fue llamado por sus oyentes "el divino
Tomás" y su sobrenombre le vino de la ciudad donde se educó y creció.
Sus
padres no le dejaron riquezas materiales en herencia, pero sí una herencia
mucho más importante: un profundo amor hacia Dios y una gran caridad hacia los
demás.
Destacó por su desprendimiento ya desde la infancia. Sobresalía por su
caridad (llegó a vender el jergón donde dormía para dar el dinero a los pobres)
entendiendo la limosna no sólo como dar, “sino sacar de la necesidad al que la
padece y librarla de ella cuando fuere posible”.
Hizo
sus estudios con gran éxito en la universidad de Alcalá y en 1516 pidió y
obtuvo ser admitido en la comunidad de los padres agustinos, en Salamanca. En
1518 fue ordenado sacerdote y luego fue profesor de la universidad. Poseía una
inteligencia excepcionalmente lúcida y un criterio muy práctico para dar
opiniones sobre temas difíciles. Pero tuvo que ejercitarse continuamente para
adquirir una buena memoria y luchar mucho para que las distracciones no le
alejaran de los temas que quería tratar.
Sentía
una predilección especial por atender a los enfermos y repetía que cada cama de
enfermo es como la zarza ardiente de Moisés, en la cual se logra encontrar uno
con Dios y hablar con Él, pero entre las espinas de incomodidad que lo rodean.
Fue
nombrado Provincial de su comunidad y en 1533 envió a América los primeros
Padres Agustinos que llegaron a México.
Frecuentemente
mientras celebraba la Santa Misa o rezaba los Salmos, le sobrevenían los
éxtasis y se olvidaba de todo lo que lo rodeaba y sólo pensaba en Dios.
En esos
momentos el rostro le brillaba intensamente.
Cierto
día mientras predicaba fuertemente en Burgos contra el pecado, tomó en sus
manos un crucifijo y levantándolo gritó "¡Pecadores, mírenlo!", y no
pudo decir más, porque se quedó en éxtasis, y así estuvo un cuarto de hora,
mirando hacia el cielo, contemplando lo sobrenatural. Al volver en sí, dijo a
la multitud que estaba maravillada: "Perdonen hermanos por esta
distracción. Trataré de enmendarme".
El
emperador Carlos V le había ofrecido el cargo de arzobispo de Granada pero él
nunca lo había aceptado. Entonces un día el emperador le dijo a su secretario:
Escriba: "Arzobispo de Valencia, será el Padre...", y le dictó el
nombre de otro sacerdote de otra comunidad. Cuando fue a firmar el decreto leyó
que el secretario había escrito: "Arzobispo de Valencia, el Padre Tomás de
Villanueva". "¡Pero este no fue el que yo le dicté!", dijo el
emperador. "Perdone, señor" – le respondió el secretario. "Me
pareció haberle oído ese nombre. Pero enseguida lo borraré". "No, no
lo borre, dijo Carlos V, el otro era el que yo pensaba elegir. En cambio este
es el que Dios quiere que sea elegido". Y mandó que lo llamaran para dar
el nombramiento.
Tomás
se negó totalmente a obedecer al emperador en esto. El hijo del gobernante (el
futuro Felipe II) le rogó que aceptara, pero tampoco quiso aceptar. Solamente
cuando su superior de comunidad le mandó bajo voto de obediencia, entonces sí
aceptó tan alto cargo.
Llegó a
Valencia de noche, en medio de terrible aguacero, acompañado solamente por un
religioso de su comunidad. Pidió hospedaje de caridad en el convento de los
Padres Agustinos, diciendo que le bastaba una estera en el suelo para dormir
(Cuando los frailes descubrieron quién era él se arrodillaron a pedirle su
bendición). Antes de posesionarse del arzobispado hizo seis días de retiro de
oración y penitencia en el convento. Quería empezar bien preparado para su
difícil oficio.
Al
posesionarse de su cargo de Arzobispo, los sacerdotes de la ciudad le
obsequiaron 4,000 monedas de plata que él destinó para hospital diciendo:
"los pobres necesitan esto más que yo. ¿Qué lujos y comodidades puede
necesitar un sencillo fraile y religioso como soy yo?".
Algunos
lo criticaban porque usaba una sotana muy vieja y desteñida, y él respondía:
"Lo importante no es una sepultura. Lo importante es embellecer el alma que
nunca se va a morir".
El emperador
Carlos V al oírle predicar exclamaba: "Este Monseñor conmueve hasta las
piedras". Y cuando estaba en la ciudad, el emperador nunca faltaba a los
sermones de Monseñor Tomás. Sus sermones producían cambios impresionantes en
los oyentes, y aun hoy día conmueven profundamente a quienes los leen. La gente
decía que Tomás de Villanueva era como un nuevo apóstol San Pablo, enviado por
Dios para transformar a los pecadores.
Lo que
más le interesaba era transformar a sus sacerdotes. A los menos cumplidores se
los ganaba de amigos y poco a poco a base de consejos y peticiones amables los
hacía volverse mejores. A uno que no quería cambiar, lo llamó a su palacio y le
dijo: "Yo soy el que tengo la culpa de que usted no quiera enmendarse.
Porque no he hecho penitencias por su conversión, por eso no ha cambiado".
Y quitándose la camisa empezó a darse fuetazos a sí mismo hasta derramar
sangre. El otro se arrodilló llorando y le pidió perdón y desde ese día mejoró
totalmente su conducta.
Dedicaba
muchas horas a rezar y a meditar, pero su secretario tenía la orden de llamarlo
tan pronto como alguna persona necesitara consultarle o pedirle algo. A su
palacio arzobispal acudían cada día centenares de pobres a pedir ayuda, y nadie
se iba sin recibir algún mercado o algún dinero. Especial cuidado tenía el
prelado para ayudar a los niños huérfanos. Y en los once años de su arzobispado
no quedó ninguna muchacha pobre de la ciudad que en el día de su matrimonio no
recibiera un buen regalo del arzobispo. A quienes lo criticaban por dar
demasiadas ayudas aun a vagos, les decía: "mi primer deber es no negar un
favor a quien lo necesita, si en mi poder está el hacerlo. Si abusan de lo que
reciben, ellos responderán ante Dios".
A los ricos les
insistía continua y fuertemente acerca del deber tan grave que cada uno tiene
de gastar en dar limosnas todo lo que le sobre, en vez de gastarlo en lujos y
cosas inútiles. Decía a la gente: "¿En qué otra cosa puedes gastar mejor
tu dinero que en pagar tus culpas a Dios, haciendo limosna? Si quieres que Dios
oiga tus oraciones, tienes que escuchar la petición de ayuda que te hacen los
pobres. Debes anticiparte a repartir ayudas a los que no se atreven a
pedir".
Algunos
le decían que debía ser más fuerte y lanzar maldiciones contra los que vivían en
unión libre. Él respondía: "Hago todo lo que me es posible por animarlos a
que se pongan en paz con Dios y que no vivan más en pecado. Pero nunca quiero
emplear métodos agresivos contra nadie". Si oía hablar de otro respondía:
"Quizás lo que hizo fue malo, pero probablemente sus intenciones eran
buenas".
En
septiembre de 1555 sufrió una angina de pecho e inflamación de la garganta.
Mandó repartir entre los pobres todo el dinero que había en su casa. Hizo que
le celebraran la S. Misa en su habitación, y exclamó: "Que bueno es
Nuestro Señor: a cambio de que lo amemos en la tierra, nos regala su cielo para
siempre". Y murió. Tenía 66 años.
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